Se puede decir sin temor a equivocarse, que el ginkgo es una de las plantas más antiguas del mundo y gracias a sus increíbles propiedades terapéuticas: ayuda a mejorar la circulación central y periférica, por lo que puede emplearse en el tratamiento de flebitis, hemorroides, insuficiencia de riego cerebral y problemas de memoria.
Un poco de historia…
Contemplar un árbol de ginkgo supone retroceder en el tiempo hasta hace millones de años, ya que nos encontramos ante un auténtico fósil viviente, procedente de la era secundaria; de hecho, es el único representante que queda vivo de esta familia de plantas prehistóricas que convivieron con los dinosaurios.
Parece ser, que el nombre con el que se conoce esta planta ‘ginkgo’, fue dado por el emperador chino Shen Nung, gran herbalista de la antigüedad, haciendo clara alusión a sus propiedades terapéuticas por ser ‘buena para el corazón y los pulmones’.
Las referencias más antiguas del uso del ginkgo como medicina datan del 2.800 A. C. En estos textos se describe cómo los miembros ancianos de las cortes reales eran tratados con esta planta para combatir la senilidad y la pérdida de memoria.
Los científicos europeos llegaron a pensar que este árbol se había extinguido por completo, pero en 1691, el alemán Engelbert Kaempfer, descubrió que el ginkgo había sobrevivido en China. En un viaje por oriente descubrió diferentes ejemplares cultivados en los monasterios de las montañas, así como en palacios y templos, gracias a que los monjes budistas lo consideraban sagrado.
Fue precisamente Kaempfer quien introdujo las semillas de ginkgo en Europa a finales del siglo XVIII, primero en Francia y resto de países del continente europeo, y posteriormente en América; aunque no fue hasta 1965 cuando se investigaron sus principios activos y sus propiedades medicinales, lo cual dio pie a su introducción en terapéutica.