El papel que el ajo ha desempeñado en la historia del hombre, podría llenar varios libros. Sus beneficiosas propiedades sobre el sistema cardiovascular, ya eran conocidas en el siglo I de nuestra era.
Un poco de historia…
Parece ser que el nombre botánico con que se conoce esta planta fue dado por Virgilio. El término ‘allium’ podría derivar de la palabra celta all que significa picante o caliente; mientras que ‘sativum’ hace referencia a que el ajo no crece en estado salvaje, sino que se puede cultivar.
La primera referencia escrita del uso medicinal del ajo aparece en un texto de medicina china que data del año 510 a. C.
Famosos nombres de la medicina como Hipócrates, Dioscórides, Plinio el viejo, Galeno, Avicena, Santa Hildegarda, Paracelso e incluso Louis Pasteur (quien confirmó la acción antibacteriana del ajo en el año 1858), han escrito extensos tratados sobre las propiedades y usos de esta planta. Resulta particularmente interesante, que ya en el siglo I d. C. Dioscórides comentara la capacidad del ajo para ‘aclarar las arterias’.
Otro de los usos que ha tenido el ajo a lo largo de los siglos ha sido en la prevención de las infecciones. Durante las grandes epidemias de peste bubónica, se creía que el ajo ofrecía una protección significativa frente a la infección; y en la II Guerra Mundial, el ajo fue llamado la ‘penicilina rusa’, porque después de acabarse los antibióticos, el gobierno ruso empleó el ajo para evitar la infección de las heridas de los soldados.
Todos estos conocidos beneficios han llevado al ajo ha recibir el apodo popular de ‘la medicina de los pobres’, puesto que es muy fácil encontrarlo y su económico precio lo hace accesible a toda la población.